Por Esteban Espejo y Yesica Molina.
Puntualizaciones acerca de la experiencia laboral en el Centro de Identificación y Alojamiento Provisorio para Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires.
Presentado en las III Jornadas Científicas del Hospital Alvear, diciembre de 2010.
La caza del niño
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Sobre la isla vuelan las aves
Alrededor de la isla sólo hay agua
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Qué significan esos alaridos
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Es la jauría de la gente decente
A la caza del niño
Había dicho Estoy harto del reformatorio
Y los guardianes le rompieron los dientes a golpes de llave
Y lo dejaron tendido en el cemento
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Pero ahora se escapó
Y como animal acorralado
Galopa en la noche
Y todos galopan tras él
Los guardias los turistas los rentistas los artistas
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Es la jauría de la gente decente
A la caza del niño
Para cazar al niño no se necesita permiso
Toda la gente decente participa
Quién nada en la noche
Qué son esos destellos esos ruidos
Es un niño que huye
Disparan sobre él con el fusil
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
Todos esos señores en la orilla
Han fracasado y están verdes de rabia
¡Bandido! ¡Gamberro! ¡Ladrón! ¡Bribón!
¿Llegarás al continente llegarás?
Sobre la isla vuelan las aves
Alrededor de la isla solo hay agua.
(Jaques Prévert)
La pregunta que recorrerá esta presentación es actual, la escuchamos en las escuelas, instituciones de salud, universidades, medios de comunicación y llega hasta detalles de la cotidianeidad. A veces las respuestas avanzan más rápido que las preguntas, antes de que podamos detenernos a pensar, porque las supuestas soluciones parecen exigir rapidez y eficiencia. ¿Qué hacer ante las nuevas presentaciones de la subjetividad de niños y adolescentes? Cuando se intenta resolver esta cuestión antes de plantearse el problema, caemos en soluciones falsas y respuestas demasiado rápidas, fieles a los prejuicios y opiniones morales de nuestro tiempo. Las respuestas apresuradas a este problema tienden a plantearse desde afuera, tomando exclusivamente al niño y adolescente como objeto, eludiendo una interrogación que implique a toda la sociedad, y por ende, también a los que formulamos esta pregunta.
Intentaremos seguir algunas huellas de esta pregunta a partir del relato de nuestro trabajo con niños y adolescentes. El ámbito donde este trabajo tiene lugar es el Centro de Identificación y Alojamiento Provisorio para Niños, Niñas y Adolescentes, dependiente del Ministerio de Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este Centro fue creado en abril del año 2009 por medio de un habeas corpus colectivo presentado por la Asesoría General Tutelar de la CABA, quien exige el respeto de los derechos de detención de niños y adolescentes privados de libertad, contemplándose en normativas internaciones (Convención Internacional de los Derechos del Niño, Reglas de Beijing) y leyes ya existentes en los códigos de nuestro país. Ante la falta de protección de niños y adolescentes en situaciones de detención en comisarías de la Ciudad de Buenos Aires, y en acuerdo con el paradigma de la protección integral del niño –en desmedro de la doctrina de la situación irregular–, se exigía la proscripción de la privación de la libertad de los jóvenes menores de edad en dependencias policiales porque implicaban un ilegítimo agravamiento de las condiciones de detención de los mismos a quienes se les imputaban un hecho competente a la Justicia Penal de la CABA. Dicho habeas corpus resolvió la inauguración del Centro con personal especializado a fin de garantizar derechos y proveer contención psíquica y social en la situación de encierro.
Entre los derechos que tenemos que garantizar están las condiciones ambientales adecuadas, la comunicación con la familia, la presencia de un abogado defensor, la explicación sobre el delito que se lo acusa y la disponibilidad de ser escuchados cuando lo requieran. Se podría decir que en términos generales nuestra función es brindar un lugar de subjetividad a aquellos que antes eran objetos a ser maltratados, vulnerados, humillados, y en el mejor de los casos, se los dejaba en plena indiferencia. La disposición del Centro determina explícitamente que no puede ingresar personal de seguridad a menos que los operadores lo requiramos, y se trabaja con una guardia policial que en lo que va desde su funcionamiento hasta el momento nunca tuvimos la necesidad de hacer intervenir. A partir del análisis de muchos casos donde menores de edad fueron maltratados física y psíquicamente por personal policíaco o donde no se respetan sus derechos por omisión de funciones, es que el Centro, junto con nuestro trabajo, inscribe su causa, su origen.
Lo que determina nuestro lugar no es sólo la ley, sino la condición de sujetos que brindamos a los jóvenes, que no viene a priori (sólo porque el texto de la ley lo indique) y siempre hay que brindar las posibilidades para que advenga. Nuestra posición sólo se constituye a partir del lugar que podamos otorgarle o no a los niños y adolescentes. Ya en el hecho de presentarnos con nuestros nombres, de saludarlo, de explicarle la situación y el ámbito en que se encuentra, de preguntarle si quiere comunicarse con alguien y de estar a su disposición, se produce una situación diferente de cuando los recibe la policía: el joven pierde el miedo, puede hablar de forma más auténtica y se abre la posibilidad de que alguna pregunta sobre la responsabilidad subjetiva tenga lugar. En este proceso se transforma la vieja relación carcelero-delincuente para establecerse otra situación más indeterminada, donde se excluyen los caprichos y prejuicios morales, así como cualquier gesto de castigo. Se hace intervenir a la ley, transmitiéndola sin intentar serla.
Nuestra función no es juzgarlos, para esto están otras instancias. Pero tampoco es sólo garantizar su bienestar: como psicoanalistas nuestro objetivo principal es trabajar sobre la responsabilidad subjetiva. A pesar del tiempo tan acotado que tenemos con ellos, que es siempre menor a 10 horas porque así lo dispone la ley, tratamos de abrir alguna pregunta unida al hecho de estar detenidos. Aquí es donde interviene lo que entendemos como contención psíquica, que no es sólo la posibilidad de que el chico pueda hablar sobre lo que le pasa, su situación familiar, social, el momento de la detención, sino también que pueda plantearse en el mejor de los casos por qué le pasó lo que le pasó, qué responsabilidad tuvo él en ese tumulto de variables. Nuestro interés no es hacer de esta responsabilidad otra forma de culpabilidad, esto sería reiterar la vieja disciplina moderna de castigo, sino abrir el momento de soberanía en que el sujeto escapa de una lógica represiva que lo ubica como victimario de la sociedad y también escapar de una lógica asistencial que puede dejarlo en lugar de víctima. Las dos lógicas terminan convirtiendo al adolescente en objeto, estigmatizándolo como “criminal” o como “pobrecito”, objeto de castigo o de compasión. De todas formas, hay situaciones por las que el chico atraviesa que es necesario como primer momento de subjetivación en nuestro trabajo, brindarle el lugar de vulnerado en sus derechos, porque es a partir de esta primer aceptación de una injusticia cuando puede surgir un segundo momento de responsabilidad, en el sentido en por qué se expuso, por ejemplo, a una determinada situación de riesgo.
En entrevistas con el joven, intentamos pensar junto a él estas cuestiones, y para que éstas tengan un mayor efecto, también nos proponemos brindarle información necesaria a él y a su familia de programas sociales y centros de salud donde puedan recurrir para resolver algunos problemas, ya que nosotros no hacemos tarea de seguimiento. Si bien hay muchas circunstancias legales, propias de él y su familia, de los magistrados intervinientes que hacen que los objetivos propuestos se cumplan parcialmente, nuestro horizonte se plantea constantemente acerca del lugar que ofrecemos a quienes atraviesan el Centro.
Cuando decíamos que estos interrogantes son actuales es porque la infancia y la juventud son las que están puestas en cuestión en nuestra época. Los maestros desesperan por no saber qué hacer con los chicos, los centros de salud también se encuentran desorientados ante estos chicos que estallan en actos violentos, sin supuesto respeto a la ley ni a la autoridad. La pregunta no es tanto qué hacemos con estos chicos, sino sobre las condiciones de exclusión que generamos a partir de nuestras prácticas y discursos. Foucault ya había puesto en cuestión y muchos autores distinguieron la crisis de las instituciones modernas más clásicas: el problema de las escuelas y de los hospitales, que es el de la salud y la educación. Que se intente reducir esta crisis al objeto “niño” o “adolescente” es la trampa apresurada para no interrogarse por el lugar que nosotros les brindamos.
Debemos ser cuidadosos cuando ante nuestra función en el campo de la salud o el trabajo social la primer pregunta que se nos impone es: “¿qué hacer con estos chicos, que son distintos a aquéllos para los que fuimos preparados?” Esta pregunta, si la cerramos rápidamente con la respuesta “derivación”, no hace más que contribuir en las lógicas de segregación al interior de las instituciones. Por esto, para el sostenimiento de nuestra función es fundamental interrogarnos sobre: ¿quiénes son estos chicos?, ¿qué chicos?, ¿qué tienen ellos de diferente a los demás?, ¿qué es la diferencia?, ¿qué es lo común?
Le pregunta por lo común y por lo diferente es una manera de abordar los malestares en la cultura que alcanzan tanto el Centro en el que trabajamos como los hospitales o las escuelas. Se escucha que estos espacios están atravesando “nuevos malestares” adjudicados a la “nueva población” recibida. Preguntarse por lo común, más allá de las tradiciones y las identidades culturales, es comenzar recordando que toda sociedad, según Freud, mantiene un núcleo de malestar que le es propio. La renuncia a las satisfacciones pulsionales, en especial las tanáticas, conlleva una cuota de malestar individual y colectivo que se dispersará en el vínculo social y en el entramado de sus instituciones. Este malestar estructural, irreductible, que atañe a un imposible es la primera vertiente de lo Común. Pensar que lo Común remite a una imposibilidad en el lazo social nos corre de la reducción que la pregunta “qué hacemos con estos chicos” contiene y nos permite realizar el pasaje del síntoma social al síntoma singular.
Entendemos la experiencia de lo Común a partir de la no relación sexual que señala Lacan. Que no haya proporción matemática de un sexo al otro designa la no naturalidad de las relaciones entre los hombres y el efecto traumático que tiene para cada uno el encuentro con el lenguaje. “El solitario encuentro con lo real de lalengua, el primer traumatismo, es paradójicamente el único punto que demuestra la existencia de lo Común como aquello diferente al “para todos” homogeneizante de la “psicología de las masas”. (Alemán, J., 2010, p.22)
Nos planteamos una posición política: ¿qué tratamiento para los diferentes, para los que no encajan en lo Universal? El mismo para todo sujeto supuesto. Concordamos con Jorge Alemán que “de lo que se despoja a las multitudes excluidas es de la posibilidad de hacer del encuentro traumático y solitario con lalengua, un lazo social” (Alemán, J., 2010, p.23) y que la política del analista, en cualquier ámbito de lo social que intervenga, es ayudar a “saber-hacer” con ese encuentro traumático con lalengua. Los analistas debemos percatarnos que no es por la vía del ideal por donde se sale de la escollera sino por la asunción de la división. Por eso frente en las entrevistas con los jóvenes apuntamos siempre a que puede surgir una pregunta singular, que en cada caso será diferente. En la medida en que los sujetos pueden preguntarse sobre el sentido de sus actos, otra salida podrá ser posible. Para ayudar a esto el analista no debe entender al joven como uno más del conjunto “pibes chorros” o “víctimas del sistema”. Cualquier universal no hace más que segregar la falta estructural que los hace sujetos. No es cierto que estos sujetos están arrasados simbólicamente, el sujeto siempre se supone y siempre aparece por eso debemos sostener nuestra posición como analistas. Jorge Alemán expone así su esperanza –que también es la nuestra-, que no deja de ser íntima e imposible, y por eso, bella.
“Sabemos que desde el momento en que imaginamos una sociedad freudiana, ella se vuelve imposible. ¿Cuáles serían sus condiciones? Apostar al deseo sin garantías sin excluir el horizonte de la responsabilidad. Aceptar el carácter irreductible del deseo sin caer en la tentación del goce propio del mártir. Soportar la infelicidad contingente sin que se convierta en una desdicha necesaria. Saber perder sin identificarse con aquello que se ha perdido. Tener conciencia de la propia finitud, escapando a la fascinación de la cultura de la pulsión de muerte. En esta sociedad imposible habría lugar para la tragedia singular, pero no para la humillación planificada; encontraría lugar el dolor de existir, pero no la explotación de la fuerza de trabajo; se realizaría la voluntad de decir cualquier cosa y también de callar, pero no en un silencio cobarde; estaría contemplado el ser extranjeros de sí mismos, pero no el desarraigo obligado para las multitudes.” (Alemán, J., 2010, pp.43-44)
Bibliografía
Alemán, Jorge, (2010) Lacan, la política en cuestión… Buenos Aires, Ed. Grama, Serie Tri.
FREUD, S., Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Volumen XVIII – Más allá del principio de placer, Psicología de la masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922). Buenos Aires/Madrid: Ed. Amorrortu, 1979.
————–¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud) (1933 [1932]). Volumen XXII – Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras (1932-1936). Buenos Aires/Madrid: Ed. Amorrortu, 1979.
————–El porvenir de una ilusión (1927); El malestar en la cultura (1930 [1929]). Volumen XXI – El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (1927-1931). Buenos Aires/Madrid: Ed. Amorrortu, 1979.
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