El decir del silencio

Por Esteban Espejo

Puntos de confluencia entre el discurso poético y el analítico, en particular en relación a la pregunta por el deseo.
Presentado en 1ª Jornada de Cátedra II de Psicoanálisis: Escuela Francesa, de la Fac. de Psicología de la UBA: Homenaje a Osvaldo Úmerez, 2009.


Este escrito quisiera recordar a Osvaldo Umerez, por ser uno de los pocos profesores cuya enseñanza siempre apuntaba un poco más allá del saber del conocimiento: una palabra privilegiada que conmovía más que conceptos y saberes instituidos, una palabra que nos agarra sorpresivamente, como el inconsciente y la poesía. De hecho, gran parte de este escrito surgió hace varios años, justo después de concluir la cursada como alumno de esta Cátedra.

En el siguiente trabajo nos proponemos reflexionar sobre una relación posible entre el análisis y la poesía, a partir de Martin Heidegger y Paul Celan. Lamentamos si resulta un tanto críptico, pero justamente, estas relaciones nunca podrán ser claras, porque siempre giramos en este fallido intento de decir nuestra palabra, la palabra donde queríamos expresar la vida. Así lo confirma un poema de Beckett.

 

La expresión de que no hay nada que expresar,

nada con que expresarlo, nada desde lo que expresarlo,

no poder expresarlo, no querer expresarlo,

junto con la obligación de expresarlo.

 

En otra lengua, Paul Celan -el poeta alemán obsesionado por la imposibilidad de decir- afirma: “los poemas están de camino: rumbo hacia algo. ¿Hacia qué? Hacia algo abierto, ocupable, tal vez hacia un tú posible, hacia una realidad posible a la palabra”. En este sentido, la poesía no sería sólo una forma de la literatura, sino un movimiento que incita la apertura, el encuentro de la palabra con algo real. Esta apertura parte del silencio, de la ausencia, y como si lo circundara, las letras se van combinando entre los intervalos que surgen del decir, de la imposibilidad de decir.

¿No será la poesía una pregunta por la esencia del hombre? Pregunta, como las más profundas, que no pueden ser contestadas sino mediante otros acertijos, otras incertidumbres sobre las que mora la falta del hombre, nuestra fiel ausencia, quizás nuestra esencia, si es que podemos darnos el lujo de poseer una. La pregunta por la poesía del hombre es esencial, rara vez el modo en que la respondemos al habitar el mundo.

Desde esta perspectiva, no habría una gran diferencia entre el deseo y la poesía, ya que el primero es una pregunta que insinúa nuestra mayor intimidad: la falta inicial sobre la que erigimos un fantasma, síntomas y significaciones. ¿Acaso no se escribe desde la pregunta, desde el deseo? ¿Iniciar un poema no es persistir en el deseo, cuya una de sus consecuencias será la insatisfacción, al igual que el absurdo camino de la escritura de no poder encontrar el punto final que complete el texto de todos los tiempos?

Somos poetas en escasos momentos, fieles a nuestros ancestros nómades que mudaban de hogar rápidamente; ¿no ocurre lo mismo con los fugaces instantes en que nos posicionamos desde nuestro deseo? ¿No nos posicionamos como poetas, analistas o analizantes sólo en los momentos en que accedemos a este deseo que es una causa vacía, a este decir fallido? ¿No será ése el lugar de la belleza en un análisis? Nuestras preguntas son impertinentes, quizás salvajes, pero luego se diluyen en los miasmas del anhelo, entre la vacuidad que nos deja la esperanza de hallar un señuelo que nos redima. ¿No es esta pulsación la tragedia del inconsciente, que en el momento en que se revela también se desvanece? “Eurídice dos veces perdida”, decía Lacan en el Seminario 11, recordando la pérdida ininterrumpida para Orfeo de su amada, a quien no le bastó descender en el infierno para buscar el anzuelo de aquello que creía ser su deseo. Desde el psicoanálisis, la misma búsqueda y el desencuentro de ese objeto perdido es condición para desear y vivir; al igual que la escritura poética que, como lo plantea Maurice Blanchot, es necesario que se mantenga irrealizada, inconslusa. De todas formas, cuando actuamos como poetas trascendemos nuestro nombre y nuestro linaje, abriéndonos a un espacio, como diría Heidegger, ocupado por el Ser. De algún modo, el arte y la brújula del deseo combaten el nihilismo profano de nuestros tiempos, abriendo hiancias en la pretensión de completud de las prácticas y discursos capitalistas. Cuando habitamos poéticamente esgrimimos un nuevo desde, una pregunta, un espacio desde el que antes, sucumbidos por las demandas y el regodeo narcisista, no podíamos soportar. A partir de este desde, esta enunciación, tal vez seamos capaces de expresar nuestra palabra. Cito un poema de Paul Celan:

 

Habla también tú

sé el último en hablar,

di tu decir.

 

Habla.

Más no separes el No del Sí.

Da a tu decir sentido:

dale sombra.

 

El habla que Celan nos propone expulsa el sentido común y la comprensión, no admite contradicción entre el No y el Sí, por eso nos acerca a nuestras sombras. “No existe No en el inconsciente”, decía Freud; se podría pensar en una afirmación previa a las formas lógicas del pensamiento, que son la base de la ciencia. Esta forma de hablar nos sitúa en un desde, en un íntimo resto de algo que fuimos pero al que nunca más podremos retornar, sino en instantes: tal vez en el amor y en su desgarro, en ese amor inmerso en el desconocimiento de no saber qué amamos en el otro -qué nos falta- y en qué nos quiere el otro -qué le falta al Otro.

Pero, ¿cómo acceder a aquel desde y a la escucha y al habla que éste promueve? A través de un dejar ser, podría responder Freud, de la asociación libre: un acto de palabras que nos lleve sin excusas ni comprensiones a aquello que es. Heidegger nos va socorrer en esta explicación: “Jamás vamos hacia los pensamientos. Ellos vienen hacia nosotros”. El pensar de Heidegger confluye con el psicoanálisis en que debemos estar despojados del yo, la conciencia y la voluntad para escuchar el silencio y los pensamientos que parten de éste. Aquí ubicamos la enunciación, el desde. ¿Cómo ser más precisos con este desde que escapa de las leyes del sentido común y del exceso de la razón que nos arrastran al olvido?

El método del psicoanálisis nos lleva -similar a la dirección de Heidegger hacia el “verdadero pensar”- hacia el saber no sabido, hacia una experiencia de nuestro propio inconsciente que no es sin un movimiento pulsional. Hay palabras que nos marcan para siempre, palabras ligadas al pensamiento inconsciente y a nuestros órganos, significantes anudados a lo real. En la poesía hay múltiples ejemplos, basta recordar la desesperada búsqueda de Artaud y su Pesa-nervios. ¿Y no es éste el carácter de toda poesía, palabras que hacen acto, escritura que se hunde en nuestro carne, como lo intuía el mismo Artaud?

Heidegger afirma: “El pensar sólo comienza cuando hemos experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la más tenaz adversaria del pensar”. En este fragmento se percibe una apuesta poética, aunque también reconozca sus límites. Es a partir de la imposibilidad de la realización donde, según Heidegger, podremos alcanzar el poema, en palabras que nombran la vida de forma esquiva. Una famosa sentencia dice: “Llegamos demasiado tarde para los dioses y demasiado temprano para el Ser, cuyo poema iniciado es el hombre”.

Y en este marco, ¿cuál es la función del analista, sino marcar la ausencia que orienta a todo hombre y hacerla hablar, escucharla, con la condición de que permanezca abierta? Que la falta se mantenga es una forma de habitar en el deseo, que es al mismo tiempo renunciar a la completud y aceptar el más allá del Otro, el punto en que el Otro del lenguaje se quedó sin palabras, mudo, permitiendo el silencio donde inventamos, como en un poema, nuestro íntimo decir. La función del analista es propiciar este desde. Lacan pronuncia una fórmula sobre la posición del analista en el Seminario 11 del año 64’: “el arte de escuchar casi equivale al del bien decir”: sólo al escuchar la palabra del analizante es posible un bien decir, el del inconsciente. De otro modo, sería el mismo analista el que inventase los dichos del sujeto –y por lo tanto su decir, su enunciación– cuando tendría que haber permanecido en silencio, en posición de no saber. Esto no implica un mutismo donde la interpretación quede abolida.

Amar el saber inconsciente es uno de los amores más difíciles de soportar, porque aparece en un instante en que nuestros sentidos tropiezan, en que no podemos reconocernos a nosotros mismos. Forzando los términos, la función del analista consistiría en abrir un desierto donde el sujeto busque el ser que lo conduzca a su propio poema, que aunque estéril para acceder a la completud de la existencia, lo acerque a ella y a todo lo que en ella brota, incluso a la muerte. ¿No decía Lacan, retornando a Freud, que todo deseo es deseo de muerte?

Las mismas leyes del inconsciente tienen su causa en el azar, como si ciertos fragmentos imprevisibles del lenguaje excedieran el determinismo con que se pretende reducir al sujeto. El inconsciente y el pensamiento poético, por más que hayan sido enmarcados en “teorías del conocimiento”, son una experiencia subjetiva que fundan un porque sí que no admite coherencia o utilidad, donde la moral de las demandas y deberes del Otro se transforman en una ética del deseo.

Necesitamos las preguntas, aunque desconozcamos sus respuestas. La pregunta nos abre ante la inmensidad del mundo y de nuestra orfandad más desnuda que no sabe de la muerte y la sexualidad. ¿Y no es el oficio del analista permitir el silencio donde se abra la pregunta en que se manifiestan los ecos más íntimos, la historia singular que el sujeto capturó del Otro y vivió? Tal vez la pregunta sea nuestra respuesta imposible, o quizás el acto del deseo contenga la pregunta y la exceda, como una culminación de la dialéctica.

Quizás debamos ser más poetas y menos científicos: no por un prejuicio caprichoso contra la ciencia, sino porque acercándonos al habitar poético se podrá perseguir un habla que no nos engañe tanto, no porque nos lleve al descubrimiento de una verdad universal, sino porque nos acerca a nuestra humilde verdad inconsciente. Esta verdad singular surge de las formaciones del inconsciente y de la palabra poética que se revelan en el instante, produciéndose la agudeza, un plus de sentido, una forma metafórica que revela belleza donde antes reinaba la monotonía del muro del lenguaje; es el momento en que el analista señala la imprecisión donde el ser acontece. Lacan lo formula así en La dirección de la cura… : “¿A qué silencio debe obligarse ahora el analista (…) para que la interpretación recobre el horizonte deshabitado del ser donde debe despegarse su virtud alusiva?” Justamente, la interpretación también es poética ya que alude el decir sin terminar de expresarlo.

Es condición de esta apertura de la belleza y de nuestro inconsciente que acontezca en un instante, tras el cual quedamos desnudos y nuevamente siervos del yo. Por suerte, nuestro inconsciente nos despierta en sueños y chistes de esta servidumbre. En este sentido, la dirección de la cura implica la soberanía del deseo y la responsabilidad ante éste, ante las agudezas y creaciones metafóricas que nos despierten de la servidumbre del yo, la represión y el olvido. Aunque se hayan perdido los lazos con el mundo, ¿qué otra posición digna nos queda que enfrentar esta pérdida, responsabilizarnos de nuestra inefable escisión, tanto en el lugar de analizantes como de analistas?

¿Cómo ser poetas, analistas poetas, en tierras en que el hastío, la náusea, la mezquindad del conocimiento chorrean en nuestras palabras, dichos y amor? Soportar el decir, aquello que no puede ser dicho, es resistir como sujeto singular, transformando el conocimiento en no saber, el bullicio en silencio y la escritura en poema.

 

Bibliografía consultada

 

 

 

- Beckett, Samuel: Obra poética, Madrid, Ed. Hiperion, 2003.

 

- Celan, Paul: – “Discursos”. En Obras completas; Madrid, Ed. Trotta, 1999.

                          - De umbral en umbral. Madrid, Ed. Hiperion, 2005.

 

- Heidegger, Martín: – Carta sobre el humanismo, Bs. As., Editorial CEF, 1989.

- “El camino al habla”. De camino al habla. Editorial Serbal. Barcelona, 1987.

-“>…poéticamente habita el hombre…<”. En Conferencias y artículos. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1991

                                        -“De la experiencia del pensar”. En Desde la experiencia del pensar. Madrid, Abada Editores, 2005.

- Lacan, Jaques: – “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2. Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, 2003.

                                – Clases 2 y 10 en Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires, Ed. Paidós, 2007.

                                – Clases 1y 2 en Seminario V: Las formaciones del Inconsciente.  Buenos Aires, Ed. Paidós, 2007.

Descargar artículo

 

« Volver a publicaciones