Soledad: común

Por Jorge Alemán

¿En dónde convergemos los analistas para encontrar un sentido de comunidad? Esta pregunta atraviesa el escrito de Jorge Alemán, que no teme arriesgar su indagación donde muchos trabajos psicoanalíticos lo rehúyen: política e ideología.
A través de algunos signos entrevistos en la obra de Marx y Heidegger, Jorge Alemán va a tensionar el discurso psicoanalítico a partir de establecer lo común en nuestra práctica: Lalengua y la imposibilidad de inscribir la relación sexual. Él nos indica que los analistas soportamos esta soledad de fundamentos ausentes, mientras que nuestra comunidad -marcada por la causa perdida- debe resistir a los mandatos universalizantes del mercado y del capitalismo salvaje.


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Soledad: Común

del libro Lacan, la política en cuestión

 

 

           “Lo que habla solo tiene que ver con la soledad”

Aún, Jaques Lacan

 

        “Algo mucho más concreto que tenemos a nuestro alcance es lo que se llama subdesarrollo. Pero el subdesarrollo no es arcaico, se produce como todos saben, por la extensión del poderío capitalista. Diré incluso más, percibimos y percibiremos cada vez más que el subdesarrollo es precisamente la condición del progreso capitalista. Desde cierto ángulo, la Revolución de Octubre misma es una prueba de ello.”

De un discurso que no fuera del semblante, Jaques Lacan

 

Lacan no puede ser más contundente. En el seminario Aún, una vez establecida la imposibilidad lógica de la relación sexual, afirma que lo único que sí “se escribe” en aquél que habla es la Soledad. Tal vez por eso en su día manifestó que no le faltaban motivos para la risa y sí con quienes compartirla. Cierto es, que la propuesta de hablar de la soledad del analista llega en una encrucijada especial. Hace poco, he publicado en Argentina un librito titulado “Para una izquierda lacaniana…”, aunque de entrada hago la salvedad, y así lo indican los puntos suspensivos del título, de que se trata de una conjetura que no intenta fundar ningún punto de identificación en su consistencia, que no hay escuela, ni institución, ni sujeto, ni siquiera Jorge Alemán que en principio pueda pertenecer a algo que se llama la “izquierda lacaniana”. Sin embargo, las palabras izquierda y lacaniana no están hechas para ir juntas, pues proceden de campos que guardan entre sí una distancia insalvable, seguramente por esto la expresión inevitablemente promueve distinto tipo de malentendidos los cuales tal vez ahora alcancen una mayor intensidad, cuando intente vincular la palabra Soledad con la palabra Izquierda. Para aún subrayar más el carácter conjetural de la expresión izquierda lacaniana, tal vez convenga tener en cuenta que su antecedente, como lo supo indicar mi amigo Freda en Buenos Aires, y luego Javier Garmendia en Madrid, es mi libro de poemas “No Saber”. La soledad de la izquierda lacaniana, esa sería la expresión más apropiada a las suspicacias que la misma puede suscitar. Una que ya me han presentado es la siguiente: que llamo a la construcción de la izquierda lacaniana o que soy “progresista”, palabra que nunca despertó mi simpatía.

 

Desestabilización de los fundamentos de la izquierda

Pero si en ningún momento he deseado fundar algún agrupamiento o corriente, ni he pretendido ignorar todo aquello que en la enseñanza de Lacan le hace obstáculo a los espejismos y a las promesas de la izquierda, en cambio sí he tratado de proponer una nueva puntuación, una disponibilidad y apertura que juegue alternativamente en distintos sentidos. Por un lado que violente las posiciones teóricas habituales de la izquierda desestabilizando su semántica aún dominada por el progresismo, la utopía y la revolución. Por otro, he intentado abrir una interrogación desde y hacia el discurso analítico y su experiencia con lo Real sobre la experiencia de lo Común, de lo que hay en común como algo previo y anterior a todas las diferencias generadas por las tradiciones y las identidades culturales. En otros términos, he intentado radicalizar una pregunta: qué es ser de izquierda si se aceptan razones tales como que la división del sujeto es incurable, que el plus de goce no es cancelable históricamente por ninguna dialéctica de superación, que la labor de repetición de la pulsión de muerte horada los espejismos de progreso de cualquier civilización, que la política y el discurso del Amo mantienen la voluntad de que la cosa marche, que la Revolución es el retorno de lo mismo al mismo lugar y, a veces con consecuencias más mortíferas, que la singularidad del goce y el deseo no es subsumible en el “para todos lo mismo” de la cosa política. Podría seguir sumando razones, desde distintos lugares de la obra de Freud, la enseñanza de Lacan y la orientación de Miller, que de manera rotunda nos muestran cómo los llamados fundamentos de la izquierda quedan perforados en su suelo ontológico más seguro cuando se confrontan a la lógica del discurso analítico. Además, tal vez son precisamente este tipo de razones las que han provocado que muchos lacanianos se hayan apartado de los caminos trazados históricamente por la izquierda.

Si esto es así, ¿por qué he preferido la fórmula izquierda lacaniana que vuelve a interrogarse por lo Común, en vez de permanecer en la indagación de la soledad del analista en cualquiera de sus ángulos habituales. La primera razón personal es que sigo siendo de izquierda, y extrañamente no a pesar de la enseñanza de Lacan, sino por la enseñanza de Lacan. No afirmo que los caminos de esa enseñanza conduzcan necesariamente a una posición de izquierda. De hecho, veo a muchos colegas que con los argumentos lacanianos han sabido construir una sabiduría escéptica en materia política o un conservadurismo lúcido, o una lectura irónica y en diagonal. Escucho, respeto y aprendo mucho de ello, pero mi posición es que se puede con la enseñanza de Lacan, y éste ha sido mi propósito a partir de los trabajos iniciados junto a Sergio Larriera en Lacan: Heidegger.

 

La izquierda con Lacan: ¿puede ser posible?

Primero, dar cuenta de la derrota de la izquierda a escala mundial a partir de los setenta, indagarla en la fantasmática que la dominaba, incluso, después de que la derrota se hubiera consumado.

Segundo, ofrecer al marxismo un lugar para hacer su duelo obviamente, considero que ese lugar es la enseñanza de Lacan, teniendo en cuenta que en donde verdaderamente se hace el duelo, es fuera del hogar y que ése hogar sólo puede ser la única teoría materialista del siglo XXI que sigue proponiéndose pensar una práctica que opere sobre lo real imposible.

Tercero, estos propósitos se sostienen sin ningún fundamento, Lacan no puede ser un nuevo fundamento para la izquierda, es su “desfundamentación”, la demostración de que sólo la causa ausente es realmente operativa, por lo tanto se trata de una apuesta sin Otro y sin garantías. No obstante, es una apuesta que considera que el capitalismo, a pesar de su movimiento circular y sin corte, aunque no se pueda deducir el lugar de su salida, a pesar de que no se pueda nombrar el ámbito en donde dicha salida se pueda realizar, a pesar incluso de que no dispone del nombre de aquello que viene después, a pesar de que no existe ningún punto en el que se pueda designar en qué consiste una lucha anticapitalista, sin embargo el capitalismo no es una realidad eterna, necesaria, cuasi natural, donde la condición humana se realiza en su último escalón. Por el contrario, se trata una vez más de afirmar su carácter contingente y por lo tanto, el advenimiento siempre posible de otra manera de “ser con los otros” distinta a como se la conoce en el capitalismo.

Por último, me gustaría recordar que ser de izquierda es considerar que la explotación de la fuerza de trabajo realizada en la forma de la mercancía es un insulto a la “Diferencia Absoluta”. Una cosa es aceptar la inquietante homología entre el plus de gozar y la plusvalía, homología que en su extremo nos lleva a pensar la posibilidad de que “el sujeto es siempre feliz”, y otra es aceptar la explotación como si en sí misma fuera un rasgo más de la condición humana necesaria y eterna, y en la actualidad a un paso de ser “fundamentada” por alguna disposición cerebral. La jerarquía del mercado no es la diferencia sino su tergiversación numérica y equivalencial.

Por todo esto hablar de la soledad en esta ocasión sirve para recordar que si bien el discurso del Amo, ese discurso donde todos tienen que marchar al mismo paso, no alumbra mucho sobre la singularidad del sujeto, en cambio el sujeto en la radical soledad del sinthoma en la cura, sí puede inventar otra manera de leer e interpretar el “para todos” que sostiene el mundo. Y a esto mismo, lo considero un hecho político en el sentido más radical del término.

 

Lo Común como diferencia absoluta

¿Qué es lo Común?, si el punto de partida no es el “para todos” que marcha hacia un punto ideal, un punto final, utópico sin fracturas ni antagonismos, un orden de la sociedad reconciliada consigo misma, como lo ha creído históricamente la izquierda. ¿Qué es lo Común?, si se lo entiende como aquello que brota de la no relación sexual, lo Común surgiendo de la soledad sinthomática en relación al inconsciente, sin dialéctica ni superación alguna. O dicho de otro modo, lo Común como el verdadero término donde la Diferencia Absoluta, o el “amor sin límites” fuera de la Ley pueden jugar su partida.

Desde esta pendiente, los nombres de lo Común surgen del “No Hay”; no hay relación sexual, no hay metalenguaje, no hay Otro del Otro. A su vez, estos tres “No Hay” indican que una determinada civilización, la capitalista en este caso, no se sostiene sólo por una opresión violenta y exterior sino por la complicidad constitutiva del sujeto en su respuesta fantasmática e ideológica a los distintos “No Hay”. Agregaría que la ideología es el fantasma fuera de la experiencia analítica. La vida social está dominada por la respuesta fantasmática a estos tres “No Hay” que tienen en común los seres parlantes. Propongo pensar lo Común desde la lógica del “No Hay” para inaugurar una nueva posibilidad acerca del enigmático “ser con los otros” que en su día abandonó Heidegger reemplazándolo por la confusa expresión Pueblo, expresión romántica que pretende siempre presentarse como una identidad fija y estable. En cierto modo, el propio Marx tampoco quiso pensar lo Común ya que daba por  supuesto de entrada que había comunidad. Es en la enseñanza de Lacan, a partir de la soledad sinthomática como aquello que se escribe frente a la no relación, que tenemos la oportunidad de entender lo Común en un nueva perspectiva. Lo Común, sin fundamento identitario, distinto de las propiedades homogeneizantes del capitalismo, anterior a toda división del trabajo o jerarquía burguesa, irreductible a todo cálculo utilitario de los semblantes. Pero plantear a lo Común en estos nuevos términos exige algunas precisiones:

 

a. Si Freud ha visto siempre a la “psicología de las masas” como un prolegómeno del totalitarismo, en cambio en Lacan existen serias razones para aislar una perspectiva de lo Común que se pueda diferenciar del “para todos” capitalista o totalitario. Un estar juntos, un ser con los otros en un proyecto sin garantías, donde lo Común no está dado de antemano sino que es la contingencia que se puede encontrar en el arte, en el amor, en la amistad y en el orden específicamente político, done la experiencia analítica es el “estudio” de la contingencia en la propia vida. Pero para esto hay que admitir, que la única constancia material de esa matriz de lo Común con la que han tenido que ver los seres parlantes, es el encuentro real con Lalengua. No hay otra matriz de lo Común que dicho encuentro, que dicho evento. Antes de que se instalen las diferencias entre los que enseñan y los que aprenden, entre los que trabajan y los que mandan, antes de que se aprenda la gramática y se ingrese a las buenas o malas escuelas. El solitario encuentro con lo real de Lalengua, el primer traumatismo es paradójicamente el único punto que demuestra la existencia de lo Común como aquello diferente al “para todos” homogeneizante de la “psicología de las masas”. Por lo mismo, este encuentro solitario con lo Común de Lalengua no puede tampoco ser subsumido en el individualismo o en el denominado ámbito de lo privado. Más bien constituye el punto de fuga de dichos ámbitos, el punto de Deconstrucción de los mismos. Tal vez por estas razones los lingüistas y los lógicos que tuvieron la valentía de vislumbrar lo que se pone en juego en el encuentro primero con Lalengua nunca han deseado dimitir del proyecto de Emancipación, aún cuando éste se presente agujereado en sus fundamentos y sostenido sólo por su causa ausente. El parlêtre pertenece al No Todo de lo Común y no al Universal que siempre se sostiene en una excepción. Ser africano, ser árabe, ser latinoamericanos pertenecen al Universal, que siempre es ya una deriva segunda con respecto a la primera pertenencia del parlêtre a lo Común de Lalengua. Es lo que Lacan, a mi juicio, intuyó claramente, de lo que se despoja a las multitudes excluidas es de la posibilidad de hacer del encuentro traumático y solitario con Lalengua, un lazo social que implique la defensa inconsciente con respecto al goce. En su lugar, cada vez más proliferan pseudos semblantes en los que el individualismo y el utilitarismo se dan la mano en su política cada vez más confirmada como ejercicio de un miedo a la desintegración. Hasta tal punto que como Lacan ya lo profetiza en su seminario 19, no hace falta ninguna ideología explícita para ser racista y para el aumento masivo de dicho fenómeno. Ahora ya se ha vuelto suficiente con considerar al “Tú” como la señal de un plus de gozar subdesarrollado en el Otro. Tampoco hay que olvidar que en ese mismo seminario Lacan afirma que el verdadero poderío del discurso capitalista es extender ese subdesarrollo de manera ilimitada.

 

b. Como habrán apreciado hasta aquí, he trasladado la temática de la Soledad y de la “no Relación” al campo de lo Común, para así poder sugerir las siguientes cuestiones:

- Que el discurso del Amo contemporáneo nutre al “para todos” con un individualismo mercantil que impregna al propio Estado y sólo deja un “subdesarrollo” amontonado en su plus de gozar para los excluidos. Por lo mismo, ese Para Todos no está libre de ser pensado en su fractura, el discurso del Amo aunque se proponga que la “cosa marche”, no puede liberarse de los antagonismos constitutivos de lo Político en la perspectiva que hemos trazado hasta aquí, considero que lo Político surge del encuentro real con Lalengua, mientras que la política es un “saber hacer” con ese encuentro.

- Que la miseria no es sólo la privación de las necesidades materiales, como lo que pensó Marx, sino estar a solas con el plus de gozar frente al eclipse de lo Simbólico. Si antes la pobreza era un signo menos, una falta, actualmente desde la perspectiva del plus de gozar y sus objetos, la pobreza es un lugar de exceso y de condensación de goce: se llame a esto droga, armas, juego, gadget… también el pobre, en el discurso capitalista es finalmente un consumidor.

- Pretender naturalizar la explotación con el pretexto de que no hay “justicia distributiva” es, como dijimos antes, un rechazo de la Diferencia Absoluta. Que no haya justicia distributiva, tal como lo formula Lacan, implica más bien que en lo Común siempre existirá una dimensión que es irreductible para el cálculo del valor. Es tal vez, un deber del psicoanálisis proteger ese lugar, pues común aquello que no puede ser intercambiado como Valor.

- Las “regulaciones” del Estado no son ya “sociales” ni de “izquierda”, se enmarcan en la estrategia neoliberal donde el Estado es ya un instrumento de la mutación de la Ciencia en Técnica, entendiendo por Técnica aquello que pone a todos los parlêtres a disposición de una Voluntad circular, acéfala e ilimitada, lo que vuelve homólogo al discurso capitalista elaborado por Lacan y lo que Heidegger designa con la palabra Técnica.

 

La soledad del analista

Por todo esto, siempre se me podrá sugerir que el analista debe cuidarse de proferir su ideología política o social, en definitiva, no pavonearse de sus significantes Amos, y esto es así y pertenece a la lógica de la Dirección de la Cura. Sin embargo, la “Ideología” retorna en todos, muchas veces incluso a través del uso de fórmulas lacanianas que, como dije antes, van dejando como sedimento un tipo de argumentación inspirada en un nuevo estilo de conservadurismo laico o en una adopción irónica de los semblantes de la tradición. Pero si se si se trata de operar sobre lo real en la Cura, una vez más se debe plantear el problema acerca de cómo el “Fundamento ausente”, se vuelve Causa. Asumir como Causa el “Fundamento ausente” de la No relación, puede ser la condición para que una Escuela sea una base de operaciones del Malestar en la civilización, cuestión formulada por Lacan, si se quiere bastante más atrevida, que la expresión-oxímoron “izquierda lacaniana”.

Frente a la propuesta de pensar la Soledad del Analista es que intento afirmar que la Soledad puede ser el mejor camino para pensar lo Común. Después del discurso analítico no hay Común sin Soledad. Después del discurso analítico, la izquierda no puede seguir capturada en un fantasma de oblatividad. Después del discurso analítico, la izquierda no puede ser utópica: pues nunca existirá una sociedad reconciliada consigo misma y sin fractura. No puede ser revolucionaria: pues no hay un corte que permita que empiece todo de nuevo, y si hay un acontecimiento semejante, es el signo más logrado de la pulsión de muerte, y no puede ser progresista, su tiempo será el del “Futuro anterior”: lo que habré sido, para lo que estoy llegando a ser. Tratar al retorno del pasado, sin nostalgia y con la energía de lo venidero. ¿No es ésta la guerra aplicada del deseo?

 

Sé que muchos estarán pensando que éste es un desvío irrelevante para nuestra experiencia, y que la encrucijada que me permito describir puede ser un mero error de perspectiva con respecto a nuestra práctica. Pero es en mi propio análisis donde supe del peso de determinadas herencias y legados y lo que tenía que intentar hacer con ellos.

 

 

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