Categoría Referencias
En esta sección compartimos algunos fragmentos de textos y entrevistas con los que nos referenciamos.
Las Claves del Psicoanalisis (Entrevista a J. Lacan 1957)
Acercamos, en esta ocasión, una entrevista realizada en 1957 a Lacan por Madeleine Chapsal.
Lo Arcangélico (poemas)
Por Georges Bataille
Podríamos tener la tentación de leer los poemas de Bataille como ilustración de su filosofía, donde la noche, la muerte, el no-saber y el deseo tejen su “conjuración sagrada”. Pero sus poemas son puñaladas y no tenemos el consuelo de refugiarnos en los conceptos. Cuando estamos intentando digerir un verso nos ataca con otro más cruel. Del vértigo adonde nos arrastra no salimos ilesos, sino con la herida imprevista del testigo que terminó viendo más de lo que buscaba, más de lo que esperaba.
Su estilo es reiterativo: elige determinadas palabras –que de ningún modo pueden ser otras– y las combina de diferente forma a través de sus poemas. Pero en lo que algunos podrían percibir un empobrecimiento del lenguaje es donde está la riqueza de su repetición, como tan bien utilizó Samuel Beckett en sus escritos. No describe escenas, expresa imágenes inconclusas por la búsqueda del amor y de la muerte.
La Puerta
Por Daniel Moyano
Este gran narrador riojano, exiliado en España por el Terrorismo de Estado, es uno de esos autores exquisitos y precisos. Escritor de cuentos y novelas, fue muy elogiado por Cortázar, García Márquez, Sábado, etc.. Lamentablemente, no tuvo el éxito cultural con que contaron varios escritores de la década del 60’. Uno de sus grandes aciertos es manejar los tiempos de las narraciones, desconcertar al lector cuando parecía que nos sobreponíamos de un primer desconcierto en la trama que sólo servía para que comenzáramos a sentirnos confortables y luego hacernos tropezar inesperadamente.
“La puerta” es un cuento que, como muchos otros, tienen ecos de su infancia y esos primeros amores que ya desde la niñez nos enseñan el arte del desencuentro. Algunos signos del relato: miedo a lo desconocido; el fantasma de la pobreza y la soledad sobrevolando todas las escenas; el encuentro con un secreto de la mujer que marcará al joven protagonista para toda la vida.
Primer Manifiesto Nadaísta (1958)
Por Gonzalo Arango
Gonzalo Arango es un escritor y poeta colombiano que fundó el movimiento Nadaísta. Este movimiento tiene antecedentes en el socialismo, el existencialismo y el surrealismo, haciendo de una Nada vital la causa de toda obra artística y política. Al igual que el surrealismo, no sólo fue un movimiento estético sino de vanguardia cultural y política, promoviendo una revolución espiritual.
Divulgamos este primer manifiesto que los constituye como comunidad subversiva de la vida. Con ecos nietzscheanos, este grupo latinoamericano se planteó la siguiente misión: “No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución. (…) ¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un destino.”
Elogio del errar
Por Ricardo Romero
En este ensayo breve, el autor no cesa de alertarnos: cuidado con la pulcritud, con la estética demasiado precisa, fina, perfecta. Si no dejamos que la obra muestre sus yerros (que son tanto los excesos como sus faltas) no hay literatura. Errar no es sólo indicar un equívoco (necesario, por otra parte, para el despilfarro de sentidos adonde nos conduce la palabra), sino mantener la errancia, ese “andar sin pensamiento” de nuestro tango.
Hasta podríamos imaginar que sin ese errar no hubiéramos conocido la grandeza de la Odisea, las andanzas de Don Quijote, las tribulaciones de Hamlet; errar nos enfrenta con la aventura literaria, con las escenas que los autores omitieron en sus textos, las palabras que amarretearon, así como todas esas metáforas y adjetivos de más que hacen de los textos algo que nunca podemos capturar del todo.
Lo que debe faltar en un escrito
Por Jorge Baños Orellana
En este texto se parte de una referencia personal para pensar la función de lo escrito. El autor traza una analogía en el método estético para lograr una buena fotografía con la posición del autor al realizar un texto. Lo que falta en la foto –la mirada de su autor- es lo que está expuesto de otra manera, el punto decisivo que convierte la fotografía en una obra de arte. En el escrito sucede lo mismo: si el autor reniega de su falta y no la da-a-ver (como lo formula Lacan en el Seminario 11 a propósito de la obra pictórica), las palabras arrojadas no tendrán la función del escrito ya que prescindirán de su causa. Sin embargo, exponer la falta no implica intencionalidad alguna, más bien, implica exponer sin saber las faltas del decir, aquellas escenas removidas de un relato o de un film. Se mantiene la abertura de lo esencial de la obra, que de pretender explicitarlo perdería su potencia como causa.
Baños Orellana también nos sugiere plantear un problema al interior de la comunidad analítica: diferenciar “entre escritos regidos por faltas productivas, cualesquiera sean, y escritos cuya única falta es la de la mezquindad del yo o de la educación”. Este punto puede orientar nuestros escritos en función de la ética del deseo y no del discurso universitario aliado de los artículos científicos que forcluyen la falta.
Prólogo a Los lanzallamas
Por Roberto Arlt
Este prólogo demoledor es un auténtico manifiesto literario, donde los postulados estéticos parecen arañar lo real de las palabras y la experiencia del autor. Arlt propone escribir “libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula”; fórmula que se dirige contra los numerosos críticos que lo acusaban de escribir mal. En el prólogo, el mismo Arlt reconoce esta crítica volviéndola a su favor, extrayendo de este mal-decir la potencia que consagra a Los siete locos y Los lanzallamas como unas de las mejores novelas de Argentina.
Este prólogo elaborado a principios de “La década infame” presagia un tipo de escritura que tendrá grandes seguidores desde los ’60 en adelante, expresando las peripecias de los marginados –en muchos sentidos del término– desde una narración fluida y veloz pero sin perder la invocación de esas pasiones tristes que arrastran a los fracasados.
El mismo Arlt confiesa en el prólogo la situación penosa en la que escribe sin quejarse; del mismo modo que Remo Erdosain –el célebre protagonista de estas novelas– vive la angustia de su vida sin reclamos ni justificaciones.
Los ciegos (de Diálogos con Leucó)
Por Cesare Pavese
Cesare Pavese se remonta a los mitos griegos para expresar lo actual. La escena mítica le permite ser tan preciso como lo exigen los personajes que fue eligiendo para componer esos bellos Diálogos con Leucó. Pavese entrevió que la respuesta estética a nuestra época que extravía los nombres sagrados era volver sobre aquellas historias para reescribir los puntos de fuga por los que los mitos aún hoy nos siguen intrigando.
El diálogo que elegimos es el que mantiene Edipo con Tiresias, el adivino ciego, antes de saber lo imposible de saber y marchar al exilio con los ojos arrancados acompañado por su hija Antígona. Podemos imaginar junto a Pavese que había signos de ese saber no sabido del parricidio y el incesto; en este diálogo se anticipan a la “roca” del destino trágico y a esa ambigua relación con los dioses que Edipo mantendrá hasta su muerte.
La Ausencia del Libro
Por Maurice Blanchot
En este texto Blanchot interroga lo que implica un escrito, el libro, la obra y el autor a partir de la fórmula de Mallarmé: “Este juego insensato de escribir”. Parte de una reflexión crítica de estos términos que caen en cierta metafísica moderna de la unidad, la interioridad y la completud, para pensar lo que queda de la escritura cuando se le sustrae el carácter teleológico, es decir, cualquier imposición de fines. En este sentido, el efecto es la “ausencia de obra” y la suspensión de los sentidos que otorga la memoria cultural.
La experiencia de lo escrito queda irremisiblemente ligada al afuera, es decir, al vaciamiento del sujeto moderno que se condenó a las interioridades de la conciencia. La “ausencia de obra” implica la deconstrucción del Libro (como ilusoria unidad conceptual) y someterse al riesgo de la muerte del autor. Por esto, el acto de escribir queda ligado al azar y a la exterioridad de las leyes.