Por Georges Bataille
Noche, poesía, locura deseo: son figuras que exceden las metáforas para volverse palabras carnívoras, que exigen de nosotros aquello donde estalla nuestra intimidad y que al mismo tiempo no nos pertenece. Quizás es lo que Lacan pudo haber aludido bajo esa sigla enigmática de Otro Goce. Si lo real es lo que no cesa de no inscribirse, ni Bataille ni Lacan pueden terminar de cernir esa experiencia de lo imposible.
En este artículo –ruinas de ensayo, relato y testimonio– Bataille atraviesa la experiencia de la noche: “El deseo no puede saber de antemano que su objeto era su propia negación. Es penosa la noche en la que zozobran como vacíos no solamente las figuras del deseo sino todo objeto de saber. En ella todo valor es aniquilado”.
« volver al listado de textos
LA VOLUNTAD DE LO IMPOSIBLE
I
La noche estrellada es la mesa de juego donde se juega el ser: arrojado a través de ese campo de posibilidades efímeras, caigo de lo alto, desamparado, como un insecto dado vuelta.
No hay razón para considerar que la situación sea mala: me gusta, me enerva y me excita.
Si perteneciera a la “naturaleza estática y dada”, estaría limitado por leyes fijas, debiendo gemir en ciertos casos, gozar en otros. Jugándome, la naturaleza me lanza más allá de sí misma… —más allá de los límites y de las leyes que la hacen loable para los humildes. Debido a que fui jugado, soy una posibilidad que no era. Excedo todo lo dado del universo y pongo en juego la naturaleza.
Estoy en el seno de la inmensidad, el máximo, la exuberancia. El universo podría prescindir de mí. Mi fuerza, mi impudor derivan de ese carácter superfluo.
Si me sometiera a lo que me rodea, interpretando, convirtiendo la noche en una fábula para niños, renunciaría a ese carácter. Inserto en el orden de las cosas, tendría que justificar mi vida —en los planos confusos de la comedia, de la tragedia, de la utilidad.
Al negarme, al rebelarme, no tengo que perder la cabeza.
Delirar es demasiado natural.
El delirio poético no puede desafiar íntegramente la naturaleza: la justifica, acepta embellecerla. La negación le corresponde a una conciencia clara que evalúa su posición con una atención calmada.
La distinción de las diversas posibilidades, en consecuencia la facultad de ir hasta el fondo de lo más lejano, le corresponde a la atención calmada.
II
Cada cual puede, si así lo prefiere, bendecir una naturaleza caritativa, arrodillarse ante Dios…
No hay nada en nosotros que no esté constantemente en juego, que no esté abandonado.
La súbita aspereza de la suerte desmiente la humildad, desmiente la confianza. La verdad responde como una cachetada en la mejilla ofrecida por los humildes.
El corazón es humano en la medida en que se rebela. No ser un animal, sino un hombre, significa rechazar la ley (la de la naturaleza).
Un poeta no justifica del todo la naturaleza. La poesía está fuera de la ley. Sin embargo, aceptarla poesía la convierte en su opuesto, en mediadora de una aceptación. Suavizo el resorte que me impulsa contra la naturaleza, justifico el mundo dado.
La poesía produce penumbras, introduce el equívoco, aleja al mismo tiempo de la noche y del día -tanto del cuestionamiento como de la puesta en acción del mundo.
¿No es evidente? La amenaza constantemente pendiente con que la naturaleza nos tritura, nos reduce a lo dado —anulando así el juego que ella juega más allá de sí misma- requiere de nosotros la atención y la astucia.
El relajamiento nos saca del juego -al igual que el exceso de atención. El arrebato feliz, los saltos razonables y la calmada lucidez se le exigen al jugador -hasta el momento en que se quede sin suerte, o sin vida.
Me acerco a la poesía con intención de traicionar: el ánimo astuto es el más fuerte en mí.
La fuerza perturbadora de la poesía se sitúa fuera de los bellos momentos a los que llega: comparada con su fracaso, la poesía se arrastra.
La opinión común sitúa aparte a los dos autores que añadieron el brillo de su fracaso al de su poesía.
El equívoco generalmente está ligado a sus nombres. Pero uno y otro han agotado el movimiento de la poesía -que culmina en su contrario: en un sentimiento de impotencia para la poesía.
La poesía que no se eleva hasta la impotencia de la poesía es todavía el vacío de la poesía (la bella poesía).
III
La senda en la que el hombre se ha internado, si pone en cuestión la naturaleza, es esencialmente negativa. Va de refutación en refutación. No podemos seguirla sino con movimientos rápidos y abruptamente cortados. La excitación y la depresión se suceden.
El movimiento de la poesía parte de lo conocido y conduce a lo desconocido. Si se consuma, ronda la locura. Pero el reflujo comienza cuando la locura está cerca.
Lo que se ofrece como poesía en general no es más que el reflujo: humildemente, el movimiento hacia la poesía quiere permanecer en los límites de lo posible. Sea como sea, la poesía es una negación de sí misma.
La negación en que la poesía se supera a sí misma tiene más consecuencias que un reflujo. Pero la locura no posee más medios que la poesía para mantenerse dentro de ella misma. Ha y poetas y locos (e imitadores de unos y otros): poetas y locos sólo son momentos de detención. El límite del poeta es de la misma naturaleza que el del loco en cuanto a que sólo afecta personalmente, sin ser el límite de la vida humana. El tiempo de detención señalado sólo les ofrece a los residuos un medio de mantenerse en sí mismos. El movimiento de las aguas no se ha demorado.
La poesía no es un conocimiento de uno mismo, menos todavía la experiencia de lo más lejano posible (de lo que antes no era), sino la evocación por las palabras de esa experiencia.
La evocación tiene la ventaja, con respecto a una experiencia propiamente dicha, de una riqueza y una facilidad infinita, pero aleja de la experiencia (en primer lugar pobre y difícil).
Sin la riqueza vislumbrada en la evocación, la experiencia carecería de audacia y exigencia. Pero ésta comienza solamente cuando el vacío —la estafa— de la evocación desespera.
La poesía abre el vacío al exceso del deseo. El vacío dejado por la devastación de la poesía es en nosotros la medida de un rechazo —una voluntad de exceder lo dado natural. La misma poesía excede lo dado, pero no puede cambiarlo. Sustituye la servidumbre de los lazos naturales con la libertad de la asociación verbal -la asociación verbal destruye cualquier lazo, pero sólo verbalmente.
La libertad ficticia, más que derrumbar, afirma la coacción de lo dado natural. Quien se contenta con ello a la larga está de acuerdo con lo dado.
Si persevero en el cuestionamiento de lo dado, al percibir la miseria de quien se contenta con ello, sólo puedo soportar la ficción por un tiempo: exijo la realidad, me vuelvo loco.
Mi locura puede afectar al mundo desde el exterior, exigiendo que se lo transforme en función de la poesía. Si la exigencia se dirige hacia la vida interior, requiere una potencia que sólo la evocación posee. En ambos casos, experimento el vacío.
Si miento, me quedo en el plano de la poesía, de la superación ficticia de lo dado. Si persevero en un desprecio obtuso de lo dado, mi desprecio es falso (de la misma naturaleza que la superación): la crítica del mundo real a partir de la poesía es una acumulación de mentiras. En algún sentido, el acuerdo con lo dado se profundiza. Pero al no poder mentir a propósito, me vuelvo loco (dejando de percibir la evidencia). O ya sin saber representar la comedia de un delirio sólo para mí, también enloquezco, pero interiormente: tengo la experiencia de la noche.
IV
La poesía no es más que un desvío: con ella escapo del mundo del discurso, es decir, del mundo natural (de los objetos); con ella entro en una suerte de tumba donde la infinidad de los posibles nace de la muerte del mundo lógico.
El mundo lógico muere dando a luz las riquezas de la poesía, pero los posibles evocadas son irreales, la muerte del mundo real es irreal; todo es turbio y huidizo en esa oscuridad relativa: allí puedo burlarme de mí y de los demás. Todo lo real no tiene valor y todo valor es irreal. De allí esa fatalidad y esa facilidad de deslizamientos en los que ignoro si miento o si estoy loco. De esa situación viscosa procede la necesidad de la noche.
La noche no podía evitar ese desvío. El cuestionamiento ha surgido del deseo, que no podía dirigirse al vacío.
El objeto del deseo es en primer lugar lo ilusorio, en segundo lugar solamente el vacío de la desilusión.
El cuestionamiento sin deseo es formal, indiferente. No es lo que expongo: sucede lo mismo que con el hombre.
La poesía obedece ai poder de lo desconocido (lo desconocido, valor esencial). Pero lo desconocido no es más que un vacío blanco si no es el objeto del deseo. Lo poético es el término medio: es lo desconocido disfrazado con brillantes colores y con la apariencia del ser.
Deslumbrado por mil figuras donde se componen el hastío, la impaciencia y el amor, mi deseo sólo tiene un objeto: el más allá de esas mil figuras es el vacío que destruye el deseo.
Todavía deslumbrado, con una vaga conciencia de que las figuras dependen de la facilidad (de la ausencia de rigor) que las hizo surgir, puedo mantener voluntariamente el equívoco. Entonces el desorden y la escasez de satisfacción me dan la impresión de estar loco.
Las figuras poéticas que obtienen su brillo de una destrucción de lo real quedan a merced de la nada, la tienen que rozar, extraer de ella su aspecto turbio y deseable: ya tienen la extrañeza de lo desconocido, los ojos de ciego.
El rigor es hostil a quien aprecia las figuras, significa la pobreza prosaica.
¿Y si hubiese mantenido el rigor en mí? No habría conocido las figuras del deseo. Mi deseo se despertó con los fulgores del desorden en el seno de un mundo transfigurado. ¿Y si una vez despertado el deseo volviera al rigor?
Al disipar el rigor las figuras poéticas, el deseo está finalmente en la noche.
La existencia en la noche es como un amante ante la muerte de su amada (Orestes ante la noticia del suicidio de Hermíone). Dentro de la índole de la noche, no puede reconocer lo que esperaba.
El deseo no puede saber de antemano que su objeto era su propia negación. Es penosa la noche en la que zozobran como vacíos no solamente las figuras del deseo sino todo objeto de saber. En ella todo valor es aniquilado.
Fuente: Bataille, Georges: (2001) La felicidad, el erotismo y la literatura, Ensayos 1944/1961. Bs. As. Ed. Adriana Hidalgo. Paginas 20 a 26.
Los comentarios se encuentran desabilitados